Una persona con una agudeza auditiva excelente puede tener una pésima calidad auditiva. No basta oír bien si no se percibe y se comprende sin esfuerzo lo que se oye. Modernas investigaciones han descubierto numerosas anomalías en la audición: procesamiento lento de lo que se oye, percepción desagradable de sonidos agudos, discriminación incorrecta de los fonemas, lateralización errónea o confusa, hipersensibilidad en algunas frecuencias. Sus efectos son fallos de percepción y de lenguaje, pobre comprensión, déficit de atención, dificultad para el aprendizaje, sobre todo para las lenguas, la ortografía y la música, así como altibajos emocionales, apatía y depresiones en niños y adultos. La forma de oír tiene tanta incidencia, que unas sencillas pruebas auditivas revelan qué estudiantes aprenden con dificultad y qué personas son depresivas.