¡Erratas! ¡Erratas! ¡Pijoteras erratas! La errata es un microbio de origen desconocido y de picadura irreparable. Quizás Dios no sólo dijo a la mujer: «Parirás con el dolor de tu vientre», y al hombre que ganaría el pan con el sudor de su frente, sino que añadió, suponiendo al intelectual que no suda: «Y tú, hombre, sufrirás, cuando seas intelectual, la mordedura atroz de las erratas». Así, sucede que después de que hemos corregido segundas, terceras y cuartas «pruebas»; después de que nos hemos cansado de poner ¡¡ojo!! ¡¡ojo!! al margen de las correcciones difíciles; después de que hemos leído el primer pliego salido de la máquina y hasta la hemos mandado parar para que corrigieran las últimas erratas, sin embargo, a la postre, hay erratas aún. Por eso, después de una constante experiencia de estas cosas, he deducido que la errata es un microbio independiente a la higiene del escritor y del cajista. La errata que tiene vida y sagacidad propia se disimula detrás de una supuesta corrección y no saca sus tentáculos sino después de implantada la forma en la máquina, o si aun ahí se la persigue, espera a que vayan tirados los cien primeros ejemplares correctos para brotar después. Ramón Gómez de la Serna