Cuando un poeta llega a dar su vida en las luchas políticas, la inmediata posteridad suele explicablemente dramatizar el holocausto, poniendo el acento en la zona más grave y riesgosa de su compromiso, y a veces (pero no siempre) en el nivel más profundo de su indagación artística. En España fue el caso de Miguel Hernández y García Lorca; en América Latina, el de Otto René Castillo, Ibero Gutiérrez, Javier Heraud, Ricardo Morales, Leonel Rugama, Francisco Urondo y también Roque Dalton. Sin embargo, ese justo rescate de una actitud coherente y valerosa, corre el riesgo, sobre todo en este último caso, de opacar otro rasgo primordial, por cierto no tan frecuente en la poesía latino-americana: el ejercicio del humor.