Liza Dalby tenía veinticinco años cuando decidió que la mejor manera de completar su tesis sobre el mundo de las geishas sería un viaje a Oriente, para observar muy de cerca los usos y las costumbres de estas mujeres exóticas y fascinantes. Lo que quizá no sospechaba entonces es que su viaje a Japón y sus ganas de saber la convertirían en la primera mujer extranjera que trabajaría como geisha en Kioto. Lo que empezó siendo el objeto de un estudio académico pronto se convirtió en una experiencia inolvidable, y la mirada pretendidamente neutra tropezó con sensaciones y sentimientos nuevos.
La convivencia diaria con su maestra y con las demás compañeras le mostró formas insólitas de entender el juego de la seducción, que tiene sus secretos guardados en los pliegues de seda de un kimono y en la sonrisa enigmática que se dibuja sobre un rostro de mujer. Ese universo cerrado, rico en detalles y matices que suelen pasar desapercibidos a los ojos del viajero, se abrió ante el gesto respetuoso de Liza Dalby, que durante un año miró, preguntó y escuchó, sin querer juzgar ni criticar.
«Heterodoxo, riguroso y atractivo.»
El Mundo
«Un fiel documento sobre un mundo habitualmente desconocido.» ABC