Cuando Abraham Lincoln intentó definir la esencia de Estados Unidos se remontó a la revolución norteamericana. Sabía que la revolución no solo había sido el origen legal de la joven nación sino también de los valores y esperanzas del pueblo norteamericano. Los ideales y aspiraciones -el compromiso con la libertad, el constitucionalismo, el bienestar y la igualdad de los ciudadanos- que se plasmaron en la Constitución norteamericana provienen de la era revolucionaria. Lincoln también era consciente de que la revolución había convencido a los norteamericanos de ser un pueblo diferente, destinado a guiar el mundo hacia la libertad, espíritu que sigue hoy tan vivo como entonces. Esta historia tiene todos los ingredientes para un buen drama: trece colonias insignificantes al otro lado del Atlántico se levantan contra el gobierno británico para convertirse, en poco más de tres décadas, en una enorme, industriosa, bulliciosa y poderosa república de cuatro millones de habitantes. Gordon S. Wood recrea los orígenes de la revolución norteamericana, basados en un firme sentido de la independencia y del valor del propio trabajo, y compone un magnífico relato del alzamiento de armas y conciencias que dio luz a la república americana.