Durante el reinado de Felipe II, el poder de los Austrias se extendió por un vasto territorio en el que la herramienta de gobierno empleada más efectiva fue la escritura. La importancia asignada a lo escrito en el manejo de un mundo tan extenso no era sino el fiel reflejo de la necesidad que había de llevar a cada rincón de ese imperio las órdenes e informaciones escritas salidas de la corte. Pero fuera de los palacios, el escrito se apoderó también de las calles. Junto a los cartapacios y pliegos vendidos en tiendas y mercadillos, otras escrituras reclamaban la mirada del transeúnte desde cualquier muro, monumento o puerta. Cédulas, memorias, libros de cuentas, cartas y billetes, guardados en arcas, archivos y archivillos personales, evidencian esa cotidianidad que la escritura asumió en la Alta Edad Moderna. La constante presencia de lo escrito en la vida diaria hizo que aristócratas y campesinos, hombres y mujeres, personas cultas y gente común se vieran atrapados entre la pluma y la pared.
Este libro analiza la escritura como una herramienta cotidiana y un medio de comunicación social, considerando la diversidad de sus prácticas sociales, la pluralidad de sus disposiciones y formas materiales y los distintos contextos de producción y difusión de la misma, desde el escritorio personal y el ámbito doméstico hasta las cárceles de la Inquisición o las calles y muros de las ciudades modernas.