Pedro Calvete, «Sangrefría», es un matador de toros retirado y mozo de espadas de su amigo Manolo, un torero «de arte». Pedro recuerda sus vivencias con el maestro, a quien la vida ha ido sometiendo a un sinfín de incidencias más que divertidas y percances dolorosos como la infidelidad de su mujer, peripecias que animan un trasfondo de más calado que el de la simple traición amorosa: el de la amistad verdadera que se cimenta en la niñez y la adolescencia, y se va forjando indestructible para toda la vida. Atemperado al desarrollo de una corrida, todo un mundo trasciende de ese ámbito taurino para desembocar en una filosofía de la existencia como valoración de la vida desde el senequismo elemental pero profundo de este personaje, calificado por la crítica como uno de los más rotundos y atractivos de la novela española contemporánea. En este sentido, Luis Mateo Díez ha escrito que el relato se ciñe a su voz «y es una auténtica pieza literaria de sabor y sabiduría coloquial, de humor, de gracia de observación, de inventiva verbal» (Guía del Ocio). Ricardo Senabre, por su parte, opina que «es la coherencia del enfoque y la complejidad anímica del narrador lo que hace compacto el relato. Y estos ingredientes no son propios tanto del excelente prosista como del eficaz narrador que Antonio Hernández demuestra ser en esta novela» (ABC). Y Javier Reverte, refiriéndose al autor, y a propósito de esta obra, que «no es fácil encontrar buenos poetas que logren convertirse en buenos novelistas, ni tampoco el caso contrario. Por eso el de Antonio Hernández resulta singular, quizás único, en el panorama actual de nuestras letras» (Cambio 16). Sangrefría obtuvo el premio Andalucía de Novela 1994. Antonio Muñoz Molina, que presidió el jurado, no dudó en calificarla como «una obra muy sólida que honra este premio».
