Tanto la filosofía como la teología occidentales han tenido siempre serios problemas con el mal. No obstante, siguen persistiendo las preguntas metafísicas sobre el de dónde, por qué y para qué del mal, a las que hay que intentar dar una respuesta. En este libro se replantea la postura cristiana ante el enigma del mal, confrontándola con las respuestas filosóficas; se indica en qué sentido la respuesta cristiana puede ser compatible con la confesión de un fracaso histórico, y se proponen algunas líneas de interpelación a la filosofía.