«En la fe cristiana sólo hay un único dogma, que se descompone como la luz en un arco iris de colores, o que es como un cuerpo vivo formado por múltiples miembros, cada uno de los cuales necesita de los otros. Del mismo modo que no se puede entender nada de Cristo sin el misterio de la Trinidad, nada de la Iglesia sin la fe en la divinidad y la humanidad de Cristo, nada de los sacramentos sin el misterio de los esponsales entre Cristo y la Iglesia, así tampoco se puede entender nada de la vida (o de la moral) cristiana sin la fe (o el dogma) cristiana (...). Por eso estos sermones giran constantemente en torno al mismo centro: el misterio inagotable de la fe única e indivisible. (...) Todos por el mismo centro: el centro de la palabra de Dios».