El conde Drácula de Transilvania se ha convertido en uno de los referentes culturales de mayor influencia en el mundo. El estereotipo fijado en la novela de Stoker es una decantación artística de elementos de la tradición oral, de los cuentos y patrañas populares que la literatura gótica del siglo XIX supo hacer suyos. El personaje, mezcla de rasgos bestiales, canalla humana y modos aristocráticos, es la encarnación literaria del vampiro incapacitado para el amor que no sea de una determinada y hermosa mujer, con la fotofobia propia de algunos quirópteros, la vulnerabilidad ante los crucifijos, las estacas de madera y las rosas frescas, el hábito de dormir en un ataúd, su gran poder de hipnosis y la peculiaridad de no verse reflejado en los espejos. La novela es formalmente una habilísima combinación de cartas, textos periodísticos, entradas de diarios, bitácoras y hasta transcipciones fonográficas. El ambiente de misterio y sus excepcionales descripciones hacen del Drácula de Stoker una elección inmejorable para los lectores aficionados a la literatura de terror, suspensión e historias espeluznantes.