Como todo marino sabe, los iceberg se encuentran en determinadas latitudes, con climas fríos y aguas gélidas, y no en otras donde el clima es más templado y las aguas más cálidas. La metáfora del iceberg de la violencia familiar quiere subrayar el hecho de que la gran mayoría de víctimas son socialmente invisibles, se encuentran sumergidas y están ocultas tras la línea de flotación de su propio silencio y del silencio del entorno social que las rodea. Pero lo que un iceberg tolera peor son las aguas cálidas. La tolerancia social ante determinados tipos de violencia familiar es el equivalente a las aguas gélidas que tan bien conservan la integridad de ese iceberg. Un cambio de actitudes sociales en el sentido de una mayor intolerancia hacia todo tipo de violencia es el equivalente a las aguas cálidas en las que un iceberg está condenado a deshacerse poco a poco. En definitiva, y siguiendo esta metáfora hasta el final, lo que necesita el problema de la violencia familiar es un cambio climático. Un cambio en el clima social que permita ir diluyendo progresivamente el iceberg.