Xoni sintió que le domina-
ba la pasión del comba-
te. Sacó su puñal y
recordó el consejo
que le había dado
Dogann durante el
curso de instruc-
ción: «Si no quieres
dejar allí tu piel, tie-
nes que pensar deprisa y
actuar más deprisa todavía...».
En el momento justo en que el mons-
truo se inclinó para devorar al lagarto
acuático, Xoni saltó sobre él y se mon-
tó a horcajadas en el cuello. Luego pasó
el brazo izquierdo por debajo de las fau-
ces de la bestia, y, con la mano derecha,
clavó su puñal en la garganta del mons-
truo, que se desplomó al instante...