Un refrán afirma que la India es más
grande que el mundo. Rudyard Kipling, que nació en la populosa
ciudad de Bombay en 1865, recibió desde su primera infancia las
vívidas impresiones de este mundo inagotable, tan alejado del de
sus antepasados. Los intensos olores de los bazares, la muchedumbre que
deambula por el laberinto de las calles abrasadas por el calor sofocante,
las historias y canciones que escuchaba en boca de sus sirvientes indígenas,
formaron la tupida trama que el escritor intentó descifrar a lo
largo de su obra. Su trabajo como periodista le obligó a viajar
por todos los rincones de la India y le abrió las puertas de los
más diversos ambientes, en los que conoció desde altos funcionarios
del Imperio y despóticos reyezuelos de estados de pacotilla, hasta
tahúres, pícaros y menesterosos de toda casta. Gracias a
ello, Kipling supo retratar con igual profundidad tanto la vida
de la sociedad británica como la variopinta mezcla de gentes y costumbres
de la India.