En su anterior novela, El hombre de la plata (2000), publicada
en esta misma colección, Arsenal nos asomaba al reino de
Tartessos para contarnos la búsqueda de una joya de enigmática
importancia para su legendario rey Argantonio. En esta segunda, Las
lanzas rotas, sigue estando presente en su estilo narrativo ese gusto
por la acción y la aventura -que nos recuerda a los maestros del
género, de Dumas a Jack London, pasando por Conan Doyle-, además
de un excelente olfato para la ambientación histórica.
Sixto, el protagonista principal de Las lanzas rotas, nació
en la Hispania del siglo I, en el país de los pelendones. Es, por
tanto, un celtíbero de pura cepa. Fue criado en Tarraco, bastión
romano en la península, y después enviado a Roma, dentro
de la política imperial de control de las principales familias de
sus aliados al hacerse cargo de la educación de algunos de sus hijos.
Concluida su formación, Sixto regresa a la patria, a la ciudad hispana
de Gémina, donde todo el mundo lo mira con cierto recelo. Aunque
el recién llegado desea ganarse el respeto de sus paisanos, no tiene
muy claro si alguna vez dejará de sentirse medio extranjero en su
tierra. Pronto, no obstante, el destino le brindará la ocasión
para hacerse un nombre: han llegado a Gémina noticias alarmantes
sobre la aparición en la región de un enorme oso devorador
de hombres, y en pocos días se organiza una partida de caza. Para
sorpresa de todos el joven Sixto solicita ser incluido en el grupo. Pero
la fiera es realmente sanguinaria y astuta, y algunos fanáticos
lugareños empiezan a rendirle culto con el nombre de Andartarón,
dios de la muerte roja...