Érase una vez una ciudad de cúpulas color turquesa que atraía a infinidad de viajeros llegados de los cinco continentes. Su nombre era Isfahan, y allí se vendían las más bellas alfombras de Oriente...
Así podría empezar uno de los cuentos que nos encandilaban cuando éramos niñoa, y así empieza la también aventura de Ana Briongos, que en la primbavera de 2001 decidió viajar a Irán e instalarse durante un tiempo en una tienda de alfombras del bazar de Isfahan para vivir de cerca el día a día de un país en lenta ebullición, que está encaminándose hacia el futuro sin perder la esencia de sus tradiciones.
Cómodamente sentada entre exquisitas piezas de lana y seda, Ana supo apreciar los detalles insólitos de la vida cotidiana de un pueblo que crece a su manera, mezclando de una forma muy peculiar la tecnología más avanzada con la herencia de un pasado que impide a las mujeres enseñar los tobillos y quitarse el pañuelo en público. La curiosidad de la autora y su criterio a la hora de hacer buenas preguntas le permitieron entrar en la intimidad de las casas iraníes, saborear unos platos donde los granos de arroz cortejan las especias más refinadas, y sorprenderse ante las costumbres que regulan la higiene personal. Nada escapó a la mirada atenta de esta viajera de ancha sonrisa, que durante unos días incluso se desplazó hasta los campamentos de las tribus nómadas para compartir un té caliente y algunas sabrosas confidencias con las mujeres del lugar.
Más allá del tópico y más acá de los prejuicios, Ana volvió a España sabiendo que en Irán dejaba a unos amigos, y el destilado de esta vivencia llena las páginas de La cueva de Alí Babá con el recuerdo que suelen dejarnos las experiencias importantes.