«Yo he conocido muchos hombres de talento, pero de
genio sólo recuerdo tres, y uno de ellos es ciertamente Rafael
Cansinos Assens». Así definía Borges a su maestro
de juventud, a quien recordaba con inquebrantable admiración y afecto,
dispuesto siempre a rendir homenaje a un artista clave para el desarrollo
de las vanguardias literarias en España. En aquellos años
de renovación de las formas, Rafael Cansinos -un hombre de exquisita
sensibilidad que rendía culto a la belleza-, destacó sobre
todo como impulsor de entusiasmos, siempre generoso en reconocer y juzgar
el talento de los más jóvenes.
El divino fracaso, para Borges «la perfecta
confesión de todo escritor», es una obra traspasada por un lirismo
escalofriante, refractaria a toda concesión, concebida por el hombre
que se ha perpetuado en el tiempo como una ofrenda a los más jóvenes
en arte.
Ensayo, confesión, poética, El divino
fracaso es una obra laberíntica, pero constituye una suerte
de laberinto inverso, un laberinto del alma construido para encontrarse,
donde Asterión reúne a sus víctimas para celebrar
el festín de la belleza.