Hubo un tiempo en que España fue de tebeo. Durante la posguerra, entre pechos henchidos de orgullo fascista, humillaciones, hambres y sufrimientos, transcurría una existencia difícil, que obligaba a aguzar el ingenio y devolvía al primer plano de la actualidad las estrategias del pícaro. A la coincidencia temática se sumaban las ventajas del medio: el tebeo ofrecía un vistoso teatrillo de papel al módico precio de una peseta. Vida y viñeta se retroalimentaban y al final no se sabe bien si la realidad inspiraba la historieta o, al revés, la historieta desteñía la realidad y determinaba unos comportamientos tremendos, pomposos, descarnados e hilarantes. Fiel a su vinculación con el esperpento franquista, la historieta se derrumbó con el régimen. España alcanzaba la mayoría de edad política y la historieta también se hizo adulta o, al menos, empezó a dirigirse mayoritariamente a un público adulto. Los tebeos, ahora llamados «cómics», se entregaron a la experimentación, al relato intimista y a la descripción de las zonas más oscuras de la mente y también de la ciudad. Sus personajes se reciclaron en el cinismo, en la perplejidad existencial, en la radicalidad política y en la marginalidad social. Los sesenta años de historieta que aquí se revisan han suministrado un patrimonio cultural riquísimo. Este libro aspira a recrear su espíritu, a reconstruir una parte al menos de ese embeleso encasillado que contenían los tebeos.