Filosofía en los días críticos forma parte de unos cuadernos que empecé a escribir en 1993. Le precede Diario de una razón dividida (1996), no editado, y le sigue Diario de Benarés, editado en Árbol de Poe, Málaga, 2001. Definiré estos escritos como un ejercicio de egocentrismo. ¿Qué diario no lo es? La cuestión de si el yo es o no un valor, en este punto, es irrelevante; lo cierto es que uno siempre habla y escribe desde sí, desde esos fragmentos de vida que des-doblamos y mostramos re-flexionados en la escritura. Así pues, lo que hace que una obra adquiera carácter de obra, tradicionalmente hablando, son las exclusiones, las tachaduras, los recortes. Un obra es, siempre, por eso, una laceración. El sentido que la escritura le otorga a la vida, ese sentido que viene dado por la reflexión, es decir, por el hecho de que se la vea re-flexionada sobre sí misma, es fragmentario, adviene por sacudidas; la naturaleza de todo hacer y de todo pensar es la interrupción. Para darle sentido a una vida, pues, habremos de dar cuenta de las sucesivas re-flexiones que irrumpen y se interrumpen. Lo demás (el argumento, el desarrollo, las conclusiones) es escenificación o encuadre, estetización, artificio.