Sus voces son las de la tierra. Su protesta, forjada en más de 500 años de sufrimiento y postergación. Ese es el condimento que fue alumbrando, uno tras otro, los distintos levantamientos populares en Ecuador, hasta que el 21 de enero de 2000, los colores del arco iris (los mismos que luce la bandera de la rebeldía indoamericana) iluminaron el cielo de Quito anunciando la gran algarada liberadora. Todos juntos, indígenas, mestizos y blancos demostraron en esas jornadas que el poder popular se construye lenta pero inexorablemente desde abajo.