Verdi conocía bien las exigencias de la Ópera de París, que le encargó de nuevo una ópera con motivo de la Exposición Universal de 1867: tenía que ser un gran espectáculo, con voces importantes y grandes escenas colectivas. Por eso, Verdi escogió como tema el grandioso cuadro histórico extraído de la obra teatral Don Carlos, de Schiller. Pero esta elección supuso varios problemas: por un lado, el texto «antiespañol» de Schiller ofendió a la emperatriz Eugenia de Montijo (quien lo rechazó abiertamente en público), y, por otro, tanto el «imposible» final de la ópera como su larga duración fueron (y siguen siendo) dos temas espinosos. A pesar de todo, Don Carlo es hoy reconocida como una de las obras maestras de Verdi por la belleza de sus páginas y la fuerza vital de sus personajes.