La seda tiene el color de la lluvia y está bordada primor. Al mirarla, parece imposible que esa prenda hermosa sea símbolo de tanta dolor, pero ahí está el burka, que distingue a las mujeres afganas como seres inferiores, indignos de mirar el mundo cara a cara. Tras ese velo que aprisiona ojos y oídos navega la rebeldía, pero también y sobre todo la voluntad de trabajar duro para remediar la barbarie y recuperar la dignidad perdida.
Ana Tortajada y otras dos mujeres españolas quisieron conocer de cerca la realidad de ese pueblo que lleva demasiado años sufriendo los sinsentidos del integrismo talibán ante la mirada distraída de Occidente, y en el verano de 2000 se arriesgaron a un viaje que las llevaría primero a Peshawar, la ciudad pakistaní donde malviven la mayoría de los exiliados afganos, y luego a Kabul, capital de Afganistán y centro neurálgico del poder talibán.
En el viaje de ida, Ana llevaba consigo la curosidad de saber y las ganas de visitar los centros clandestinos donde se hilvana la libertad. A la vuelta, trajo el recuerdo de unas sonrisas tristes y un deber inaplazable: debía contarlo todo, denunciando un régimen que tortura y mata en nombre de la religión.
Así nació El grito silenciado, un diario de viaje muy peculiar donde el espanto se mezcla con el amor y el respeto por un pueblo que vive en el infierno, pero sabe que entre los pliegues de un burka aún hay lugar para la esperanza.