No es sólo el libro donde la poeta norteamericana, guiada por su fino olfato literario y su sólido, aunque autodidacta, conocimiento de la literatura griega, revisa el sentimental lenguaje victoriano sobre las flores, que en su pluma devienen acaso poco «femeninas» y ásperas como el granito, sino también el escenario donde el mundo moderno se reencuentra con la tradición clásica, componiendo una escenografía apta para una nueva lectura de la relación hombre-mujer o, mejor aún, de lo masculino y lo femenino no como instancias disociadas, sino como partes necesariamente complementarias.