Dos voces diferentes y lejanas entre sí interrogan al tiempo. Por iniciativa de la sede italiana de The Foundation for Improving Undderstanding of the Arts, estas dos voces se han puesto frente a frente en este libro, un `encuentro involuntario`. Las dos voces son, sorprendentemente, la del cardenal Ratzinger y la del pintor americano William Congdon. Dos caminos sin aparentes puntos de contacto particulares. Pero su pregunta sobre el tiempo les ha hecho cruzarse, una pregunta que en Ratzinger se convierte en meditación y en Congdon, sobre todo, en imagen. Y, así, este libro une los escritos de Ratzinger sobre el Sábado Santo y los cuadros de Congdon que evocan la lucha del hombre que busca un tiempo significativo, una historia transfigurada. Y no puede ser casual que, a propósito del Sábado Santo, Ratzinger nos lo defina como `...este singular entretejido de oscuridad y de luz, de dolor y de esperanza, de ocultación y de presencia de Dios`, porque ese tejido paradójico `...pertenece a la existencia cristiana...`, y es el tejido de toda existencia, un `gran silencio` -dice Ratzinger citando a san Epifanio-, pero un silencio en el que se produce una grandiosa `transformación`. Y bajo este signo de transformación radical el hombre puede aceptar su fatigoso tiempo como una riqueza operativa, porque en la oscuridad `...la luz está esperando`, insertando en el hombre el impulso para buscarla y seguirla. Escribe Congdon: `Pinto sobre negro porque pintar no es representar una luz que existe y basta, sino más bien participar de la luz que está derivando desde la oscuridad -y tú la sigues desde el negro hasta el punto o cualidad de luz que es la que te ha aferrado...`. Y en otro lugar: `Cada cuadro era la réplica de una lucha entre vida y muerte en la palestra de mí mismo`. `Quien tenga `ojo` que vea`.