Las consideraciones de un corresponsal de guerra que se dirige hacia un frente, su medio natural; el obsesivo acoso que sufre una singular traductora de obras maestras; la tortura que supone la ceguera para un fanático del cine; la mirada que abarca las esquinas sombrías de la noche urbana; las memorias carnales que un viajante ha sembrado en su biografía o los heterodoxos procedimientos que orientan las investigaciones de un policía acostumbrado a fundir el mito y la realidad, resumen a grandes rasgos algunas de las historias reunidas en Relatos de sangre. Cada narración, susceptible de ser leída como un episodio independiente, trama con las demás una sobresaltada panorámica acerca de los vínculos, nunca planos, jamás uniformes, que el individuo contemporáneo mantiene cotidianamente con sus pasiones y con el Mal. La sangre, en su simbolismo plural, tan preciada para el ser humano como el agua, señala sin disimulo el denominador común del volumen, su origen y su destino. La sangre se agita en el amor, es derramada en el crimen, emite secretos, insospechados llamamientos e invocaciones a través del tiempo, consolida pactos inconfesables, enloquece los instintos, estremece las conciencias. En definitiva, une, separa y destruye aquello que, desde el candor, puede considerarse inamovible o, de una forma más sencilla, como recordaba Georges Simenon, sólo se limita a ensuciar la blancura de la nieve, como una huella imborrable y significativa de nuestra vulnerable y quebradiza condición. Un rastro, sin embargo, que resulta preciso seguir y descifrar, como proponen estsa páginas.