Si la responsabilidad de Max Horkheimer en la organización y la financiación del trabajo intelectual del Instituto para la Investigación Social (Escuela de Francfort) es de sobras conocida, no lo es tanto su pensamiento. En los trabajos aquí traducidos por el profesor Román G. Cuartango puede comprobarse un talante filosófico y teórico peculiares al que nos introduce el profesor Antonio Aguilera. En "Materialismo y metafísica", en "Egoísmo y movimiento liberador", en "Autoridad y familia", se perciben las huellas de un pensamiento comprometido con los movimientos liberadores y con el conocimiento social que podía apoyarlos. En esas páginas Horkheimer se muestra consciente de lo que impulsa a una filosofía concebida como respuesta histórica a otras alternativas filosóficas, a la fenomenología y la filosofía de la vida, al positivismo. Con la distancia histórica que no olvida el horror insondable de una guerra mundial que llevó a los campos de exterminio y a la bomba atómica, que recuerda unos años sesenta como explosión de ilusiones que se disolvieron hace tiempo, es posible comprender algo mejor a un filósofo que reflexionóy quiso intervenir en ese tiempo. La obra de Horkheimer, junto a la de los viejos francfortianos, fue al mismo tiempo acicate para el deseo utópico y luego freno odiado para una generación que llegó a creer que la mera imaginación podía convertirse en poder político, en un acto de mera decisión sin condiciones de posibilidad. Hoy la filosofía de Horkheimer, su contenido de verdad, se muestra como indispensable para comprender la prehistoria de nuestra situación y a la vez como revulsivo ante un futuro previsible. Se abre a una memoria histórica involuntaria que invoca algo no cumplido, pero esta vez lo debería hacer desde el rigor de un concepto que diera fuerza a la
imaginación al contrastarla con la dura realidad y contra el conformismo que genera (la metafísica del utilitario y del deporte), en favor de una naturaleza externa e interna maltratadas.