Aunque muy bien podría parecerlo, Dar la muerte no es la anunciada continuación del primer volumen de Dar (el) tiempo. Aquí, la figura dominante es Abraham, aquel que sabe que tiene que callar antes de que el ángel interrumpa la muerte que, para dársela a Dios, se disponía a dar a su hijo preferido, Isaac. ¿Cómo interpretar el secreto de Abraham y la ley de su silencio? Ya no se sabe cómo entender lo indescifrable de ese momento inaudito. Ya no se sabe reinterpretarlo. Ya no se sabe quién puede considerarse autorizado a reinterpretar el infinito número de interpretaciones que se hunden en el fondo de los abismos abiertos a nuestra memoria, descubriéndose y encubriéndose al mismo tiempo.
Ahora bien, nosotros somos esa memoria que nos previene y nos detiene, nos ordena y nos requiere, nos asigna una herencia irrevocable. Nosotros podemos renunciar a dicha herencia, pero ésta sigue siendo irrenunciable y sigue dictando una determinada lectura del mundo, de lo que un «mundo» quiere decir. Incluso de la actual mundialización, de la confesión, del arrepentimiento y del perdón. Abraham, según sugiere la literatura de Kierkegaard, habría pedido perdón a Dios no por haberle traicionado, sino por haberle obedecido.
Historia de Europa, de la responsabilidad, de la subjetividad o del secreto, posibilidad de la literatura: éstos serían quizás algunos asuntos que este libro pone en juego de la mano de Kafka, Melville, Patocka, Platón, Nietzsche, Heidegger o Lévinas.