Después de casi 500 años de Historia común, y un poco más de ciento setenta de vida independiente, el 18 de julio de 1991 se reunieron en Guadalajara (México), por primera vez en la Historia, los dieciocho Jefes de Estado y de Gobierno de España e Hispanoamérica. Acompañados por sus homólogos de Portugal, sin sospecharlo ni proponérselo expresamente, realizaron uno de los sueños que, en octubre de 1820, tuvo en Londres el colombiano Francisco Antonio Zea. Entonces, el cofundador -junto a Bolívar- de la recién constituida República de Colombia, su primer Vicepresidente y Ministro Plenipotenciario de Europa, propuso a la segunda España liberal la formación de una gran Confederación Hispánica integrada por España y las demás excolonias americanas. Dicho pacto «constitucional y liberal» pretendía terminar, de una vez por todas y en el seno mismo de la familia española, el autoaniquilamiento fratricida del que todavía continuaba siendo el mayor imperio del mundo. Nacería así el primer y mayor mercado contemporáneo, protegido por el más poderoso ejército y marina; expandiendo, en abierta competencia con el resto del mundo, la riqueza, grandeza y perennidad de la cultura, economía, ciencia y aun raza «españolas», ahora transformadas en «hispánicas».