Severino Di Giovanni era en Argentina algo más que un luchador anarquista. Representaba la rebeldía antifascista de las primeras décadas del siglo y también el enfrentamiento con las posiciones tibias y moderadas de muchos de sus camaradas que no coincidían con sus métodos y talante. Para Di Giovanni, representante máximo de los llamados anarquistas expropiadores, la dinamita era un elemento vindicador y la mejor de las medicinas para terminar con la barbarie que pretendían implantar los partidarios del fascismo. Sin embargo, supo combinar la acción directa con la formación política a ultranza, como era norma en la época.