El salto conceptual desde la mesianidad popular tradicional hasta la mesianidad celeste y expiatoria, que anunciaba la inminencia del Reino de Dios en la Nueva Jerusalén como cumplimiento de la esperanza de la promesa de Dios a su pueblo, exigía un testimonio único y supremo ofrecido por el propio Jesús en cuanto Dios encarnado, testimonio diáfanamente formulado por él mediante una fórmula reiterada tres veces en cada uno de los evangelios sinópticos, y que se conoce, en la exégesis neotestamentaria, con el nombre de secreto mesiánico. El Mito de Cristo, columna vertebral de la fe cristiana, se sustentó en este testimonio, cuyo público fracaso, trágico y sangriento, evidenció que sólo había sido una ficción histórico-teológica. No obstante, vino a constituir paradójicamente el punto de arranque de una nueva religión mistérica, producto de la hibridación del judaísmo con el helenismo, tardíamente titulada cristianismo.