Su dimisión del Gobierno y de la presidencia del partido llegó de forma totalmente inesperada: muy sucintamente y por escrito, el 11 de marzo de 1999 Oskar Lafontaine comunicaba su decisión irrevocable al canciller alemán, Gerhard Schröder. Antes de eso, ni siquiera se había sincerado con sus más íntimos compañeros de partido. Mientras sus colegas de coalición trataban de asimilar el shock, la Bolsa experimentó un alza considerable y el sector empresarial se mostró eufórico. Ni siquiera la dimisión de Willy Brandt en 1974 había causado tanto alboroto en el mundo occidental.
¿Qué indujo al artífice de la coalición rojiverde a renunciar sin comentario alguno a todos sus cargos? ¿Eran los desafíos de su trabajo superiores a sus fuerzas? ¿Acaso no podía ya afrontar los problemas con la prensa y la economía, incluso los planteados en sus propias filas? Caben muchas especulaciones, pues Lafontaine, aparte de una breve declaración televisiva realizada unos días después de su espectacular dimisión, ha permanecido en silencio hasta el momento.
Ahora habla por primera vez con claridad. El hombre que en 1995 puso en marcha al SPD con su famoso discurso de Mannheim e impulsó decisivamente el relevo de poder en Bonn, habla abiertamente sobre las turbulentas semanas que siguieron a las elecciones al Bundestag, sobre la formación del Gobierno y sobre los malos augurios que se cernieron sobre la coalición desde el principio. Cuenta lo mucho que le unía con Schröder y por qué se vio obligado a romper esa amistad. Y, más allá de su intenso compromiso con el legado político de Willy Brandt, desenmascarar los desmanes del neoliberalismo constituye uno de sus principales objetivos. Por ello, somete a una severa crítica a los así llamados «modernizadores» del SPD y muestra por qué la «tercera vía» adoptada por Schröeder y Tony Blair no puede tener éxito.