La reivindicación de la jornada laboral de las 35 horas es, para el conjunto de la izquierda, una cuestión central no sólo porque se trata de una herramienta que le permite recuperar sus señas de identidad y enfrentarse nítidamente a la derecha en torno a un asunto inteligible para todos; ni tampoco, con ser muy importante, porque la reducción de jornada sea una forma justa de redistribuir el gran incremento de productividad de estos últimos años, que hasta ahora ha beneficiado exclusivamente a las empresas. Se trata, para la izquierda, de un tema capital, porque cuestiona frontalmente al Pensamiento Único y al proceso de mundialización, proceso que tiene su piedra angular en el incremento incesante de la competitividad. Reivindicar las 35 horas es reivindicar una forma de entender el mundo, una opción de civilización basada en la solidaridad y el reparto y no en la competitividad. Es una batalla contra el paro, la pobreza y la exclusión social, pero también es una batalla por un modelo de sociedad mucho más democrática e igualitaria.