En pleno fragor de la I Guerra Mundial, poco después de que en Zurich naciera el dadaísmo y en Rusia el suprematismo, en Holanda un reducido grupo de artistas se reune en torno a la revista De Stijl. Pocos meses después el grupo se consolida, dando nacimiento al movimiento neoplástico. Frente a la carga dramática del expresionismo alemán o la sensualidad del cubismo francés, el neoplasticismo parece incorporar en el arte moderno el rigor y austeridad de los Países Bajos. Mediante un detallado estudio histórico del grupo y un análisis de las obras artísticas y las ideas estéticas de sus autores, se intenta calibrar en esta obra hasta qué punto esa apariencia de orden y rigor con que ha pasado a la historia el arte holandés está justificada, a pesar de señaladas excepciones, como Rembrandt o Van Gogh. En El espejo del orden se delimita a lo largo de la historia de este movimiento lo que en él hay de exactitud, mesura y control y lo que hay de misticismo, irracionalidad y utopía. Las obras neoplásticas transmiten hoy un anhelo de orden, pero de un orden que es una imagen creada de un mundo inexistente, de una construcción deudora del deseo.