En plena posguerra española, aparece en Lubitana una niña vagabunda. Nadie sabe de dónde viene ni adónde se dirige; solamente que mendiga a la puerta de la iglesia, que rebusca en la basura de la tienda de ultramarinos y que duerme en la alameda, a la vera del arroyo, junto a su perro cojo, un animal sin raza ni más fidelidades que velar por la niña, a quien parece servir de algo más que de simple compañía.
Son años de hambre, de frío en el cuerpo y en el alma; todavía late una guerra inacabada, y muchos lutos anegan las rutinas. A nadie le sobra, y, aunque todos saben que la niña deambula por el pueblo, nadie lo remedia. ¡Los que sufren son tantos!... Nadie, excepto Lola, la prostituta, una mujer mancillada por la carne y el infortunio, pero que, tiene redaños aún para acogerla en su casa y compartir con ella lo poco que tiene y lo mucho que le falta. Tal vez sea su hijo redivivo, aquél que perdió durante la guerra el mismo día que asesinaron a su esposo. En cualquier caso, si no puede compartir con ella la abundancia, lo hará con el amor que le sobra, la soledad que la desborda y una esperanza que, gracias a Zita, comenzará a echar renuevos.
Una flor en el Infierno es un grito de poesía, un feroz alarido de ternura, un temblor de amor en su manifestacion mas pura y solidaria. Escrita con una prosa reposada y profunda, pero a la vez ágil y conmocionadora, toca con los nudillos de su ritmo lo más profundo del corazon del lector, poniéndole ante un espejo para que contemple qué es la vida para sí mismo y qué puede ser para otros, porque aunque se viva en paz, hay muchos, muchos seres que viven en guerra.
Un novela prodigiosa, si por tal entendemos la belleza que se puede encerrar en una historia tan triste que no obstante no renuncia al milagro, no desespera de la esperanza y no deserta de la felicidad, siquiera sea en migajas. Una novela que, de ninguna manera dejara indiferente al lector, tal y como así ha sucedido con las decenas de miles de ellos que se han asomado por esta ventana al rincon exacto en el que anida la ternura.