La iglesia blanca y la iglesia negra se reparten, en forma de mareas, los días de los protagonistas de este libro: hombre y mujer representados en las distintas edades de su cuerpo y de su conciencia. En el tiempo de la iglesia negra, el demonio y la demonia incitarán el deseo de hombre y mujer valiéndose de la extrema revelación de los sentidos: una negra liturgia del erotismo que, finalmente, sostiene el no retorno del conocimiento. En La tabla de las mareas, Menchu Gutiérrez acude una vez más al lenguaje poético, siendo el suyo un «realismo lírico» que destaca con fuerza en el panorama de la narrativa española contemporánea. El péndulo de su prosa, inquieta y molesta, oscila incesantemente rescatando imágenes y sensaciones del fondo incrustado de la memoria y nos las devuelve, definidas y claras, a los sentidos para que, nombrándolas, podamos dominarlas.