Guillermo y los Proscritos, con un puñado de seguidores, deambulaban desconsolados por la carretera con un gran rociador de plantas. el rociador estaba lleno de agua, pero era evidente que estaba en mal estado, ya que al andar iban dejando un reguero de líquido. Guillermo se detuvo a contemplarlo preocupado. - Dentro de un minuto ya no quedará nada -profetizó con pesar- y estoy seguro que los encontraremos en el preciso momento en que esté vacío. Casi inmeditamente se oyó un rumor en el seto,...