Para que un periodo histórico pueda simbolizarse con el nombre de una persona, ésta hubo de imprimirle su propio sello y una fisonomía espiritual particular. El siglo de Augusto, que se extiende desde la muerte de César (44 a.C.) hasta la del mismo César Octavio (14 d.C.), es uno de esos periodos: el principado augustal supuso una renovación política y administrativa, el apogeo del A y la literatura latinas, una nueva concepción arquitectónica, y la pacificación de los vastos dominios del imperio.