Mientras que, en el plano de la representación plástica, el hecho de pretender ser pictórico parece siempre una reivindicación razonable y duradera, en el terreno del cine no deja de ser una paradoja. Imagen por imagen, la que está más cerca del filme es la imagen fotográfica, y no en virtud de ontología alguna, sino porque así lo ha decidido la historia del cine. No hay traducción posible que haga la cámara equivalente al pincel, la película al cuadro: la tesis de este libro es, por el contrario, que estas dos artes presentan equivalencias eventuales sólo en sus partes más implícitas, que la relación entre cine y pintura no se basa ni en la "correspondencia" ni en la "filiación" a las que tan adictas eran las estéticas clásicas. Ciertamente, es desde luego en cuanto arte que el cine nos hace pensar en la pintura, pero como arte autónomo, como arte del cine. Nada menos actual que la idea de "séptimo arte" entendida como síntesis de todas las demás. Lo que nos enseña la investigación de la pintura en el cine es, justamente, y entre otras cosas, que éste no contiene a aquélla, sino que la escinde, la hace estallar y la radicaliza.