Si en el siglo XVI penetra con tanta fuerza el pensamiento utópico en la cultura occidental ante el hecho americano, si en el XVIII se mantiene la misma línea, si en el XIX Cabet trata de instaurar su Icaria en territorios adquiridos en Estados Unidos, es porque Utopía y América proceden de un mismo espíritu. La Utopía no es una imagen de cualquier cultura, en cualquier momento y lugar, sino que el pensamiento utópico grana y llega a ser lo que es en la historia de la mentalidad de los pueblos europeos, aproximadamente sobre 1500, en el momento pleno de la época del Renacimiento. Por tanto, cabe esperar que ofrezca los caracteres de ésta. Nacido del hombre, históricamente nuevo, del Renacimiento, el pensamiento utópico constituye en sus manos un instrumento de enérgica operatividad. En ninguna parte podía reconocerse ese carácter como en América, ante cuyas sociedades, sin tener el grado de plasticidad que los utopistas les atribuyeran, sin duda éstos y sus colaboradores se encontraban con mayor libertad de acción para cambiar las cosas, mientras en el Viejo Mundo el endurecimiento de los pueblos ante la potencia transformadora e inventora del nuevo tipo humano hacía difícil la penetración reformadora.